«Los colegios de educación especial no marginan ni diferencian, sino que atienden de manera más individualizada»

Fecha

25/06/2020

Medio

ABC

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«¿Educación ordinaria para Juan? Pensamos que por su autismo no hubiera sido posible», determinan convencidos sus padres, que por sus profesiones en el mundo de la docencia, saben de qué hablan. María Jesús es profesora universitaria y Antonio, profesor de Secundaria, y pronto se dieron cuenta de que «algo» pasaba con el niño, porque solo cursó primero de infantil en ordinaria, pasando ya en segundo a educación especial. «Ese único año fue una experiencia bastante nefasta para todos los miembros de la familia. No solo para él, sino para nosotros, y también para su hermana mayor. Porque como en el colegio no sabían cómo atender a Juan, ponían a la niña a comer con él. Eso es no saber cómo tratar una discapacidad», rememora esta madre.

El cambio de ordinaria a especial

El paso a un colegio de educación especial, rememora esta madre, fue «muy, muy duro». «Al principio a todos nos cuesta, porque supone aceptar que tu hijo no es, entre comillas, “normal”. Por eso resulta tan habitual que las familias den este paso tarde. Pero la buenísima impresión que tuvimos al visitar Aucavi nos empujó al cambio. La realidad es que fue el único centro que fuimos a ver, y rápidamente nos dimos cuenta de que era lo mejor para él». «Estábamos desesperados -corrobora esta madre-. Era un mundo desconocido para nosotros, y teníamos la sensación de que le íbamos a meter en un gueto. Ese cambio parece un salto al vacío. Pero cuando conocimos los centros de Aucavi y vimos la atención que recibían esos niños, nos dimos cuenta de que eso era lo que nuestro hijo necesitaba. Los profesionales de Aucavi se emocionan cuando les digo que mi tercer hijo está en el mundo porque Juan entró en su colegio. El saber que tu niño está en un sitio donde está bien nos ayudó a todos. Siempre quisimos tener familia numerosa y este hecho ayudó a que se dieran todas las circunstancias, porque con el estrés que teníamos en la familia no lo hubiéramos conseguido». El paso a un colegio ordinario de integración

Cuando el niño cumplió doce años, la casualidad hizo que la Fundación Aucavi pusiera en marcha en el colegio de educación ordinaria y de integración donde da clases Antonio, el Real Colegio Nuestra Señora del Loreto, un proyecto donde se abrían hasta tres aulas para alumnos con TEA. No lo dudaron. El proyecto consistía en integrar al niño con su curso de referencia de educación ordinaria, pero solo para alguna de las asignaturas, como Religión, Educación Física o Plástica, donde no distorsionase demasiado la marcha de la clase y pudiera aprovechar de la experiencia de la relación social con los demás chicos. «Acordamos con el centro que no se iban a centrar tanto en la carga curricular, sino en potenciar sus habilidades. A nosotros no nos ha preocupado nunca que Juan aprenda a hacer ecuaciones, sino que ordene su mundo y se pueda desenvolver», explica María Jesús. Es decir, prosigue esta mujer, « que no aprenda tanto las letras o las vocales pero que le enseñen a comer hamburguesas y no le tengamos que llevar la comida diferente aparte».

Al principio tuvieron miedo de la experiencia porque era el colegio donde cursaban estudios sus otros dos hijos, y no querían que les afectase. «Para que veas la diferencia de proyecto -explica esta mujer-, como en los recreo Juan no sabía jugar, los profesores de Aucavi le enseñaban a jugar con los demás niños. Así sí creemos en la integración, porque es un colegio que ha introducido aulas con todos los medios necesarios, intentando abarcar de forma razonable todo lo que se puede abarcar».

«Nunca hemos sido demasiado ambiciosos -prosigue este padre-. No es posible que Juan esté en educación ordinaria. No tenía sentido que fuese a una clase de Matemáticas porque no la iba a aprovechar. Estar ahí sentado como un mueble lo único que le podía crear es frustración». «Creemos que al no buscar la luna, han sacado lo máximo de nuestro hijo, que es uno de los méritos y las ventajas de la educación especial. En un colegio ordinario, por contra, el objetivo para estos niños es muy alto y no es real, porque no puede serlo. Los niños son niños y los profesores llegamos hasta donde llegamos», remarca.

Ideología en la Ley Celaá

La postura de esta familia es clara: « educación ordinaria con integración y educación especial también. Parece que lo que alegan los que defienden la Ley Celaá es que estar en educación especial es discriminar a estos alumnos pero precisamente respetar a Juan pasa por atender a sus necesidades, y en su caso en un patio de un colegio ordinario no puede estar porque sufre hiperacusia, mientras que en un colegio de educación especial incluso puede disfrutar de esos recreos».

Pero lo que ocurre, insiste este padre, «es que la disposición adicional cuarta juega demasiado con la ideología. Estos niños tienen los mismos derechos, pero dicen que educarlos en educación especial es recortarlos. Creo que esa afirmación solo se puede hacer desde el desconocimiento. Lo que buscan los colegios de educación especial son las mejores oportunidades para estos niños. No son colegios para marginar, ni para diferenciar, son para atender precisamente de manera más individualizada y conseguir para cada uno el máximo desarrollo y crecimiento posible».

Al final, concluye Antonio, « lo que pretende la Ley es que los colegios de educación especial vayan desapareciendo. Si se van quitando alumnos de un sitio y poniéndolos en otro, es verdad que no supone cerrarlos inmediatamente, pero sí a la larga. Porque ir abriendo más aulas en los colegios de educación ordinaria y desviar más alumnos que debían estar en especial es ir vaciando poco a poco estos centros y conseguir el objetivo de cerrarlos».

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