Javier Tamarit. Psicólogo experto en discapacidad intelectual y TEA
Hace veinte años que hizo veinte años –siempre Serrat-. En 1980, junto con dos profesionales creamos una asociación para apoyar a personas con discapacidad intelectual y algo más que no se explicaba solo por ella, dificultades graves de comunicación, de conducta, de salud mental… Y, enseguida, por convicción desde el inicio, se insistió en introducir como socias a las familias de las personas para las que habíamos creado esa entidad. ¡Qué barbaridad! –dijeron algunas entidades- ¡no se ha visto cosa igual desde lo de la manía de Romeo y Julieta de unirse! ¡familiares y profesionales juntos, entidad mixta, herejía!
Nunca como en ese tiempo he sentido la colaboración, la complicidad y la cercanía cotidiana, plena y efectiva con familias. Año 2000, doy la conferencia de clausura del congreso de AETAPI en Vigo. Unos minutos antes de subir al estrado, un papá amigo me avisa de que tenga cuidado, que pueden ir contra mí, especialmente a través de las telarañas tejidas por alguna familiar muy representativa del sector, por el tema que tengo previsto plantear, una reflexión sobre la complejidad de los límites conceptuales entre el autismo y la discapacidad intelectual. ¡Qué barbaridad! –decían algunas personas- ¡esto es tan aberrante como si pretendieran unirse en matrimonio personas de distinta raza, o del mismo sexo!
El texto de esa conferencia está publicado como artículo en una prestigiosa revista científica. 2020, insisto de nuevo, sí, parece que cometo otra herejía. Opino abiertamente que una cosa son los apoyos especializados y otra muy distinta los ‘ladrillos’ específicos, y que la inclusión es el camino. ¡Qué barbaridad! –dicen algunos, echando, exaltados, espuma por la boca- ¡bien está que hablemos de inclusión en chiquitito, pero eso de la plena inclusión, para nada! ¡habrase visto semejante soberbia! ¡faltaría más!
El mundo galdosiano de Doña Perfecta sigue enquistado en las mentes de algunas personas. Y los derechos agazapados, parecieran con miedo a sacar la cabeza. Ahora ya me jubilo, sí, insisto. Pero temo que estoy a punto de cometer otra herejía ¿con quién me junto? ¿con los de la España vaciada? ¿con las personas mayores? ¿con las personas con discapacidad? Porque mi pueblo tiene una densidad de población menor de una persona por kilómetro cuadrado, porque estamos muchas personas mayores, la mayoría con más de 80 años -y está empezando a habitarlo algún joven ¡qué atrevimiento! -, porque hay también personas con discapacidad… y todo ello en intersección.
¡Ay!, me temo que en 2040 se me tildará otra vez de hereje. Pero yo, insisto, sí. Y seguiré sonriéndome por ello.
(Este artículo es un adelanto del próximo VOCES 452, que se publicará el próximo 9 de septiembre).