En los últimos años, el incremento de personas en la población general que reciben un diagnóstico de trastorno del espectro del autismo (en adelante, TEA) ha sido exponencial y especialmente significativo en el caso de las niñas y mujeres (Egerton y Carpenter, 2016; Hiller et al. 2014; Gould y Asthon-Smith, 2011).
Sin embargo, debido a que el TEA se ha considerado tradicionalmente como un trastorno que mayoritariamente afecta a los hombres (Gould y Ashton-Smith, 2011), existe un importante vacío de conocimiento sobre cómo se presenta esta condición en el caso de las niñas y mujeres y cómo impacta en su calidad de vida.