Sin recetas, sin secuencias didácticas exitosas, sin fórmulas de probada magia, ¿Dónde está el niño que yo fui? recorre una práctica posible, en un contexto posible en el que chicos de entre 11 y 15 años que permanecen detenidos por robo, porque consumieron sustancias prohibidas o porque sus familias, en situación de pobreza no pueden tenerlos en sus hogares, se relacionan con casi profesores en Letras. Allí ambos -docentes/alumnos, alumnos/docentes- aprenden a la par y a la par de la autora porque construyen allí mismo y prueban una y otra vez acercarse a la literatura. Para leerla y escribirla, para pensarla no desde la manoseada y tan mal entendida idea de placer en el ámbito de la enseñanza, sino como del placer que advierte que la literatura «nos propone ampliar el mundo, atender a verdades alternativas, acceder a múltiples voces de culturas desconocidas y, sobre la base de su diversidad discursiva, nos convoca a participar de sus claves, no desde la ortodoxia, sino desde la distancia y la reflexión que supone la desautomatización de la percepción» (pag. 41) en una práctica sociocultural rica y compleja.
La autora presenta y analiza distintas escenas que son diferentes posibilidades de relación con la literatura: apropiarse de ella, usarla, plagiar, robar palabras/versos de otros para decir lo de cada uno, sentirse autores, leer desde la autoridad que da ser -a su vez- un autor, equivocarse y volver a probar, perderle miedo al canon más canónico, cruzarlo con otros saberes, ver qué resulta en un recorrido que va de Pavese, Girondo y Vallejo al relato oral del pomberito en sus varias versiones, incluir esos saberes para decir desde allí. Leemos a chicos reclusos que son animados a participar, a incluirse, a discutir esas convenciones, a enmarcarse en otras para decir lo nuevo en lo ya dicho. Animados por docentes apenas menos jóvenes que ellos y que deben poner en cuestión muchas supuestas certezas.
En ese sentido ¿Dónde está el niño que yo fui? abre e invita a pensar en otros contextos y otros sujetos -más o menos diversos, más o menos similares-: ¿qué relación se establece en la escuela entre docentes y alumnos y con la literatura? Cuando Fernández pone a jugar estos modos de leer y escribir, el docente/lector se pregunta casi obligadamente por esos otros ámbitos en los que ocurre su práctica. Quizás saludablemente, para discutir lecturas monológicas, canónicas, academicistas, correctas/incorrectas y repensar lecturas desbocadas, darles lugar, escucharlas, escribirlas